Módulo 3: Entrevista a Cecilia Meireles, por Pedro Bloch

Entrevista a Cecilia Meireles
(por Pedro Bloch / Revista Manchete N° 630. Mayo 1964)
trad: Marisa Negri


Tapa de la revista Manchete N° 630

“Tengo un vicio terrible – me confiesa Cecilia Meireles, con aire de quien acumuló setenta pecados capitales. “Mi vicio es gustar de la gente ¿Usted cree que eso tiene cura? Tengo tal amor por la criatura humana, en profundidad, que debe ser una dolencia”.

De pequeña, (yo era una niña secreta, quieta, que observaba mucho las cosas, en estado de ensoñación), tuve una tremenda emoción cuando descubrí los colores en estado puro, sentada en una alfombra persa. Caminaba por dentro de los colores e inventaba mi mundo. Después, al mirar el suelo de madera, analizaba los dibujos y veía bosques y selvas. Del mismo modo que veía colores y bosques después comencé a observar a las personas. Habrá quien crea que mi aislamiento, mi modo de estar sola en la distancia es mi manera de deslumbrarme con las personas, analizar sus colores, sus esencias…
(¿Quién sabe si es porque descendiendo de gente de San Miguel en la que hasta se enamoran de una isla a otra?),
Cecilia es carioca. Nació en noviembre, día de San Florencio (hija de Matilde y Carlos Alberto de Carvalho Meireles, funcionario del Banco de Brasil) en Haddock Lobo, en la calle San Luis. Serían cuatro hermanos, pero todos murieron prematuramente y sólo sobrevivió Cecilia.Perdió a su madre con tres años y medio y fue criada por su abuela Jacinta García Benevides, de la Isla de San Miguel, en Azores, descendiente de los que acompañaron al Infante D. Henrique.
Mi primera escuela fue la Estación de Sá, que después pasó a ser la Escuela Normal donde me formé. Mirando para atrás me siento una niña extremadamente poética. En casa de mi padrino Louzada, donde jugaba siempre silenciosa observándolas; había estatuas, pinturas, colecciones de pequeñísimos objetos en vitrinas, cosas que me llevaron a realizar un “Inventario lírico”
Mi abuela era una criatura extraordinaria. Extremadamente religiosa, rezaba todos los días y yo le preguntaba: ¿por qué estás rezando?, “por todas las personas que sufren”. Era así. Rezaba hasta por los desconocidos. La dignidad, la elevación espiritual de mi abuela influirían mucho en mi manera de sentir los seres y la vida.
Una de las cosas que más me encantaban en mi vida de infancia era el eco que había en casa de mi abuela. Yo vivía intentando encontrar mi eco, pero tenía vergüenza de preguntar. Recogida, tímida, deslumbrada, me inclinaba en el misterio de las palabras y del mundo. Quería saber, pero tenía inmenso pudor de confesar mi ignorancia.
Terminada la Escuela Normal, fui a enseñar al primario, aún muy joven, en un sótano de la Avenida Rio Branco. Allí, en la misma sala, había dos clases y dos profesoras, la mitad hacia cada lado. Pues las niñas, viéndome casi tan niña como ellas, se volcaron casi todas para mí. Siempre me ha gustado mucho enseñar. Trabajé en la Escuela Deodoro, allí junto al reloj de la Gloria. Fui profesora de Literatura de la Universidad del Distrito Federal. He creado la primera biblioteca infantil, allí donde era el Pabellón Morisco. Un niño que no tuviera donde quedarse podía encontrar el libro que le faltaba, colección de sellos, monedas, juegos de mesa, sueños, historias y explicaciones de profesoras listas y atentas. Se acabó, después de cuatro años, pero fructificó en San Pablo donde hoy existe hasta biblioteca infantil para ciegos. También enseñé Historia del Teatro en la Fundación Brasileña. El resto de mi actividad didáctica está en las conferencias en las que siempre procuro transmitir algo.
Vivo constantemente con hambre de acertar. Siempre digo lo que quiero. Para transmitir, necesito saber. No puedo arrancar todo de mí misma siempre. Por eso leo, estudio. La cultura, para mí, es una emoción siempre nueva. Puedo pasar años sin pisar un cine, pero no puedo dejar de leer, dejar de escuchar música (prefiero la medieval), dejar de estudiar, hindi o el hebreo, ¿entiende?




Me casé a los veinte años. Tengo tres hijas: María Elvira, María Matilde y María Fernanda. Las tres son bibliotecarias, pero mi biblioteca no está cerrada. A María Fernanda usted la conocerá como actriz, ¿no es así? Las tres tienen en común una bondad conmovedora pero son de temperamentos completamente diferentes. Tengo cinco nietos. Viuda, me casé en 1940 con Heitor Grilo, un hombre admirable por su extraordinaria fe en el ser humano, en su anhelo de elevarlo todo. Basta decir que en esta primera y única enfermedad que tuve  me ha sostenido cinco meses, no se quebró en ningún momento, su cariño, gesto y palabra listos, a pesar de sus numerosas responsabilidades y ocupaciones. Lo conocí cuando fui a entrevistarlo una vez. Después ... nunca más lo entreviste. Nos entendemos hasta callados.
Estudié canto y violín. Abandoné. Era necesario ganarme la vida y la poesía se puede crear hasta en un viaje de tranvía. Incluso en las reuniones en que mucha gente discutía yo era capaz de ausentarme en mi mundo y construir. Al poco tiempo pude crear mi Isla de Nanja, a San Miguel transfigurada por el sueño.
Me parece hermosa la continuidad humana a través de la poesía. Sólo viajo con la Biblia. La Biblia es una biblioteca. Tiene todo: historia, poesía, religión. Ya dije que si tuviera que escoger mi libro para una isla desierta, llevaría la Biblia. O un diccionario.
Pero conmigo sucedió una cosa deliciosa, déjeme contar. En esta Navidad yo estaba enferma en São Paulo. Pues bien. Al regresar a casa (Cecilia vive al lado del tranvía que sube a Corcovado) encontré tarjetas de gente de todos los rincones del mundo, personas que se acordaban de mí. De todas las razas y religiones. Todos unidos por la Navidad. Y lo más curioso es que yo miraba una tarjeta y otra y decía para mí misma: "Fulano tal vez no se combine con Beltrano, pero yo servía de eslabón entre los dos. ¡A mí escribieron! "Me hizo un gran bien mi última Navidad!
¿Si he inventado palabras? No, esto nunca me preocupó. Al inventar hay una cierta dosis de vanidad. "Invento. Es mío". Lo que me fascina es la palabra que descubro, una palabra antigua abandonada y que ya perteneció a tanta gente que la vivió y sufrió. En el "Romance de Río de Janeiro", que estoy preparando para el IV Centenario, procuro usar, en cada capítulo, el lenguaje de la época.
Tengo amigos en todas partes. Pero Drummond [1] es tan amigo que lo es casi sin la presencia física. ¿Es mi manera esquiva porque creo que cada ser humano es sagrado, entiende? Yo soy una criatura de lejos. ¡No sé si me quieren pero quiero bien a tanta gente! Soy amiga hasta de los muertos. Amiga de mucha gente que ni siquiera conocí. Usted no se imagina cuánta gente llevo a mi lado. Y me siento emocionada cuando pienso como una sólo una criatura recibe tanto de tantos lados, de tantas personas, de tantas generaciones
Me apena ver una palabra que muere. Me dan ganas de ponerla viva de nuevo. "Solombra", mi nuevo libro, es una palabra que encontré por casualidad y que es el nombre antiguo de sombra. Era el título que buscaba y la palabra vivió de nuevo.
Cada lugar adonde llego es una sorpresa y una manera diferente de ver a los hombres y cosas. Viajar para mí nunca fue turismo. Nunca tomé una fotografía de un país exótico. El viaje es el estiramiento del horizonte humano. En la India fue donde me sentí más dentro de mi mundo interior. Las canciones de Tagore, que tanta gente canta como folclore, todo en la India me da una sensación de levitación. Ten en cuenta que no he visitado allí ni templos ni faquires.
El impacto de Israel también fue muy fuerte. Por un lado, aquellos hombres construyendo, con entusiasmo y vibración, un país en el que brotan flores en el desierto y cultura en las universidades. Por otra parte, aquella humanidad que viene a la superficie por las excavaciones. Ver salir esos jarros, aquellos textos sagrados, el mundo de los profetas. Pisar donde pisó Isaías, caminar donde anduvo Jeremías ... Visitar Nazaret, los lugares santos!
Holanda me hace creer que tengo antiguos parientes flamencos. En Amsterdam, pasé quince días sin dormir. Me daba la impresión de que no estaba en un mundo de gente. Parecía que yo vivía dentro de grabados.
En cuanto a Portugal, basta decir que mi abuela hablaba como Camões. "Ella me llamó la atención hacia la India, el Oriente:" Cata, cata, que es viaje de la India ", decía ella, en lenguaje náutico, creo, cuando tenía prisa de algo, té de la India, narrativas, pasado. Todo me llevaba, al mismo tiempo a la India y Portugal.
La niñera Pedrina me contaba la historia del Palacio de Loza Roja. Yo creía que debía ser muy fresco vivir en un palacio así y, de niña, ya estaba lista para transformar un jarrón inmenso que había en casa en el palacio, cuando, queriendo esconderlo de mis sueños, de tanto buscar lugar para ocultarlo, lo partí en mil pedazos.
Viajes, folclore e idiomas son una especie de constante en mi vida. He comprado libros y discos en hebreo. He estudiado hindi, sánscrito. El deseo de leer Goethe en el original me obligó a estudiar alemán. No estudio idiomas para hablar, sino para penetrar en el alma de los pueblos.
Cecilia conoce una media docena de lenguas más.
Mis amigos, es curioso, o viven lejos o están distantes. Mi casa está en un sitio apartado. Me gusta estudiar lo que me da un mejor conocimiento de las personas, del mundo, de la unidad. Por medio de los idiomas y del folclore, veo hasta qué punto somos todos hijos de Dios. El paso del mundo mágico hacia el mundo lógico me encanta.
Nunca esperé por ningún momento en la vida. Voy a vivir todos los momentos de la mejor manera que puedo. Quiero realizar cosas, no para ser la autora, sino para darme, para contribuir en beneficio de alguien o de algo. Cuando me enfermé y tenía que descansar una hora después del almuerzo, estaba calculando cuántos poemas dejaba de escribir, cuántas cosas lindas dejaba de leer y conocer en aquellas horas perdidas. Pero aprendí a renunciar. No tengo poema predilecto. No lo he escrito aún. La intención es la que es perfecta. A veces, un poema viaja conmigo mucho tiempo sin ser escrito. Si no le doy mucha importancia, se va. Tengo mucha pena de los poemas que no escribo. Y también mucha de los que escribo
¿La juventud de hoy? Creo que son niños que no tienen tiempo para crecer. Saltar del apartamento cerrado a la calle de mil peticiones, sin armadura, sin objetivo, sin la necesaria religiosidad. La vida pasa a ser una cosa zoológica. Muchos crecen zoológicamente. Se inventan modas, pero como no tienen esencia de verdad, las modas no lo toman. Las frustraciones crecen. Afortunadamente muchos se realizan a pesar de todo. Cada generación cree que trae una nueva voz y un nuevo mensaje.
 ¿El arte abstracto? Nosotros, poco a poco, vamos caminando hacia lo subentendido, ¿no es así? El arte abstracto es una alusión. Usted construye dentro de sí. Mucha gente hace cosas con nombres concretos que generan un mundo abstracto y viceversa.
Tengo, en los lugares más diferentes, amigos que me esperan. ¿Usted ha notado que, entre cientos, en cada país, tenemos siempre a aquella persona, que, sin saberlo, espera por nosotros y, cuando nos encuentra, es para siempre? Por eso es que me gusta tanto viajar, visitar tierras que aún no he visto y conocer a ese amigo desconocido que ni siquiera sabe que yo existo, pero que es mi hermano antes de serlo.
Educación, para mí; Es arrojar dentro del individuo, además del esqueleto de huesos que ya posee, una estructura de sentimientos, un esqueleto emocional. El entendimiento en la base del amor.
Hubo un tiempo en que mi ventana se abría a un chalet. En la punta del chalet brillaba un gran huevo de loza azul donde solía posarse una paloma blanca. En los días límpidos la paloma parecía aterrizada en el aire. Yo era niño, creía esa maravillosa ilusión y me sentía completamente feliz.
Pero hubo épocas en que la ventana abría hacia un canal en el que oscilaba un barco cargado de flores. Otras en que se abría a un terreiro, sobre una ciudad de tiza, a un jardín que parecía muerto. Otras veces se abre la ventana y encuentro un jazmín en flor, nubes gruesas o niños que van a la escuela, gorriones que saltan por el muro, gatos, mariposas, un gallo que canta, un avión que pasa. Y Cecilia se siente completamente feliz. Y concluye: "Pero cuando hablo de esas pequeñas felicidades ciertas, que están delante de cada ventana, unos dicen que esas cosas no existen, otros que sólo existen delante de mis ventanas, y otros, finalmente, que hay que aprender a mirar, para poder verlas así ".
Miro a Cecilia encogida en su sillón, iluminando la penumbra del borde de la sala. La veo tan niña mirando el suelo y descubriendo en la madera bosque y leyendas, deslumbrada de azul! Una isla rodeada de puentes por todos lados. Puentes para la ternura, puentes para la poesía, puentes para el alma de cada uno. Y mirándola así, poesía ella misma, tan alta y tan pura, percibo porque sigue siendo la niña buscando el eco, corriendo por todos los rincones y por todos los deslumbramientos, sin poder recoger el eco de la propia voz: nosotros somos Su eco, cantamos su canto, sin que ella se de cuenta.
Todos somos un poco habitantes de su Isla de Nanja "donde los niños juegan con piedritas, arena, hormigas". "Solombra", la última obra de Cecilia, quiere decir sólo sombra. Cecilia, para nosotros. es sólo luz.





[1] se refiere al poeta Carlos Drummond de Andrade

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